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martes, 3 de enero de 2012

La pequeña luciernaga





Había una vez una comunidad de luciérnagas que vivía en el interior del tronco de un altísimo lampati, uno de los árboles más majestuosos y viejos de Tailandia. Cada anochecer, cuando todo se quedaba a oscuras y en silencio y sólo se oía el murmullo del cercano río, todas las luciérnagas abandonaban el árbol pan llenar el cielo de destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces bailando en el aire para crear un sinfín de centelleos luminosos más brillantes y espectaculares que los de un castillo de fuegos artificiales.
Pero entre todas las luciérnagas que habitaban en el lampati, había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.

—No, no, hoy tampoco quiero salir a volar —decía todos los días la pequeña luciérnaga—. Id vosotros que yo estoy muy bien en casita.
Tanto sus abuelos, como sus padres, hermanos y amigos, esperaban con ansiedad a que llegara la noche para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se lo pasaban tan bien que no comprendían cómo la pequeña luciérnaga no les acompañaba nunca. Le insistían una y otra vez para que fuera con ellas a volar, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.

— ¡Qué no quiero salir a volar! —Repetía la pequeña luciérnaga—. ¡Mira que sois pesados, eh!
Toda la comunidad de luciérnagas estaba muy preocupada por la actitud de la pequeña.

—Hemos de hacer algo con esta hija —decía su madre angustiada—. No puede ser que la pequeña no quiera salir nunca de casa.
—No te preocupes, mujer —añadía su padre intentando calmarla—. Ya verás como todo se arregla y cualquier día de éstos sale a volar con nosotros:
Pero pasaban los días y la pequeña luciérnaga seguía encerrada sin salir de casa.
Un anochecer, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela luciérnaga se acercó a la pequeña y le preguntó con toda la delicadeza del mundo:
— ¿Qué te sucede, mi pequeña niña? ¿Por qué nunca quieres salir de casa? ¿Cuál es la razón por la que nunca quieres venir a volar e iluminar la noche con nosotros?
— No me gusta volar —respondió la pequeña luciérnaga.
—Pero ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu luz? —insistió la abuela.
—Pues. —Explicó por fin la pequeña luciérnaga—, para qué he de salir si con la luz que tengo nunca podré brillar como la luna. La luna es grande y brillante y yo a su lado no soy nada. Soy tan pequeñita que a su lado no soy más que una ridícula chispita. Por eso nunca quiero salir de casa y volar, porque nunca brillaré como la luna.

La abuela escuchó con atención las razones que le dio la pequeña l ciénaga.
—¡Ay, mi niña! —Dijo con una sonrisa—. Hay una cosa de la luna que has de saber y que, por lo visto, desconoces. Y lo sabrías si al menos salieras de casa de vez en cuando. Pero como no es así, pues, claro, no lo sabes.
— ¿Qué es lo que debo saber de la luna y que no sé? —preguntó la pequeña luciérnaga presa de la curiosidad.
—Has de saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches —Respondió la abuela—. La luna es tan variable que cambia todos los días. Hay noches en que está radiante, redonda como una pelota brillando desde lo más alto del cielo. Pero, en cambio, hay otros días en que se esconde, su brillo desaparece y deja al mundo sumido en la más profunda oscuridad.
— ¿De veras que hay noches en que se esconde la luna? —se sorprendió la pequeña.
— ¡Que sí, mi niña! —continuó explicando la abuela—. La luna cambia constantemente. Hay veces que crece y otras que se hace pequeña. Hay noches en que es enorme, de un color rojo, y otros días en que se hace invisible y desaparece entre las sombras o detrás de las nubes. La luna cambia constantemente y no siempre brilla con la misma intensidad. En cambio tú, pequeña luciérnaga, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.

La pequeña luciérnaga se quedó asombrada ante las explicaciones de la abuela. Nunca se habría podido imaginar que la luna fuera tan variable que brillaba o que se apagaba según los días. Ya partir de entonces, la pequeña luciérnaga salió cada noche del interior del gran lampati para salir a volar con su familia y sus amigos. Y así fue cómo la pequeña luciérnaga aprendió que cada uno ha de brillar con su propia luz.


domingo, 1 de enero de 2012

Una buena lección




Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quien los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones.  Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias.

El alumno dijo al profesor:
—Hagámosle una broma
.  Escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.

—Mi querido amigo —le dijo el profesor— nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres.  Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre.  Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.

Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos.  El hombre pobre terminó sus tareas y cruzó el terreno en busca de sus zapatos y su abrigo.  Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro se agachó para ver qué era y  encontró la moneda.  Pasmado se preguntó qué podía haber pasado.  Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar.  Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie.  La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda.
Sus sentimientos lo sobrecogieron.  Cayó de rodillas y levantó la vista al cielo  pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta hablando de su esposa enferma y sin ayuda y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida no morirían de hambre.

El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Ahora —dijo el profesor— ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma?
El joven respondió:
—Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré.  Ahora entiendo algo que antes no entendía:  ES MEJOR DAR QUE RECIBIR.
♥...Ƹ̴Ӂ̴Ʒ ♫ ♫ ♫